Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 386-393, día 043

Cuando se encuentre entre hermanas, actúe con reserva. No importa que piensen que carece de cortesía. Si las hermanas, casadas o solteras, manifiestan actitudes familiares hacia usted, rechácelas. Sea áspero y decidido para que ellas finalmente entiendan que usted no adolece de esa debilidad. Cuando esté frente a los jóvenes, y en todo momento, actúe con seriedad y en forma solemne. Vi que si el pastor Loughborough y usted hacen de Dios su fortaleza, usted llevaría a cabo una obra por su pobre pueblo, porque dos pueden ser un ejército. Aproxímense el uno al otro, oren juntos y por separado, trátense con sinceridad. El pastor Hull debe confiar en el juicio del pastor Loughborough y escuchar su consejo y orientación.

Ministros sin consagración

Los ministros que predican el mensaje del tercer ángel debieran trabajar porque están convencidos de que Dios ha colocado sobre ellos el peso de la obra. Nuestros ministros no tienen por qué pasar necesidad si practican la economía. Si no lo hacen, pasarán necesidad en cualquier posición a la que se los asigne. Aunque se les proporcione la oportunidad más deseable, gastarán todo lo que reciben. Este ha sido el caso del pastor Hull. Tales personas necesitan poseer un fondo monetario inagotable para sus gastos a fin de mantenerse satisfechas.

Los que no manejan con sabiduría sus asuntos temporales suelen fallar en las cosas espirituales. No edifican la iglesia. Puede ser que posean talentos naturales y que se los considere oradores inteligentes, pero les falta calidad moral. Es posible que atraigan una numerosa concurrencia y que generen abundante entusiasmo, pero cuando llega el momento de reunir los frutos, éstos son muy escasos o nulos. Estos ministros suelen ubicarse en un nivel por encima de la obra y pierden su amor por la sencillez del Evangelio. No son santificados por las verdades que predican. Esto es lo que ha sucedido en el caso del pastor Hull, quien ha carecido de esa gracia que afirma el alma y eleva y ennoblece el carácter de la persona. Es bueno que la gracia inunde y afirme el corazón, porque es el fundamento de nuestra firmeza.

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En los lugares donde el pastor Hull ha presentado series de conferencias, la gente ha quedado complacida con su ingenio y su estilo peculiar de predicación, y sin embargo sólo pocas personas han aceptado la verdad como resultado de su trabajo; y aun una proporción considerable de ellas pronto abandonan la fe. Muchos han quedado frustrados debido a la escasez de frutos que acompaña a su trabajo. Se me mostró cuál es la razón. Carecía de humildad, sencillez, pureza y santidad en su vida. El pensaba que su trabajo ingenioso era inapreciable y que la causa difícilmente podría existir si se lo separara de ella; pero si hubiera podido comprender la ansiedad que por su culpa experimentaban los verdaderos obreros de la causa, que han procurado ayudarle, no habría tenido un concepto tan elevado de sus propios trabajos. Su comportamiento ha significado una carga continua para la obra, la cual habría prosperado mejor sin su intervención. La ansiedad que sus hermanos sienten por evitar su fracaso los ha llevado a realizar demasiado por él en lo que se refiere a los recursos económicos. Su talento como predicador les ha agradado, y algunos han sido tan indiscretos que lo han ensalzado y han demostrado marcada preferencia por él dejando de lado a otros predicadores cuya influencia promovería el progreso de la obra en cualquier lugar. Eso lo ha perjudicado. Carece de humildad o de suficiente gracia de Dios para resistir la alabanza de sus hermanos. Que Dios ayude a estos obreros a sentir su error y a no volver a ser culpables de perjudicar a un joven ministro con su adulación.

Todos los que anhelan alejarse del pueblo remanente de Dios para seguir sus propias inclinaciones corrompidas, se arrojarán voluntariamente en los brazos de Satanás, y debieran tener esa prerrogativa. Hay entre nosotros también otros que corren peligro. Poseen una opinión exaltada de sus habilidades personales, mientras su influencia en muchos aspectos ha sido sólo poco mejor que la del pastor Hull. A menos que se reformen totalmente, la causa estará mejor sin ellos. Ministros sin santificación perjudican la causa y son una pesada carga para sus hermanos. Necesitan que alguien vaya tras ellos para corregir sus errores y enderezar y fortalecer a los que han sido debilitados y arruinados por su influencia. Sienten celos de los que han servido en la obra, de los que están dispuestos a sacrificar hasta sus vidas si ello fuera necesario para hacer progresar la causa de la verdad. Juzgan a sus hermanos aduciendo que no tienen motivos más elevados que los que ellos han tenido. Favorecer demasiado a ministros que están sujetos a las tentaciones de Satanás los perjudica y es un desperdicio de recursos. Les proporciona influencia y así los coloca en un lugar donde pueden perjudicar profundamente a sus hermanos y a la causa de Dios.

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Se me ha mostrado que las dudas expresadas con respecto a la veracidad de nuestra posición y la inspiración de la palabra de Dios no han sido provocadas, como muchos piensan que lo son. Estas dificultades no yacen tanto en la Biblia o en la evidencia de nuestra fe, como en los propios corazones de los que dudan. Los requerimientos de la palabra de Dios son demasiado sofocantes para su naturaleza no santificada. “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Romanos 8:7. Si las propensiones del corazón natural no se restringen y someten por la influencia santificadora de la gracia de Dios recibida por el conducto de la fe, los pensamientos del corazón no son puros ni santos. Las condiciones de la salvación presentadas por la palabra de Dios son razonables, claras y positivas y significan nada menos que perfecta conformidad con la voluntad de Dios y pureza de corazón y de vida. Tenemos que crucificar el yo con sus concupiscencias. Tenemos que limpiarnos de toda contaminación de la carne y el espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

En casi todos los casos en que alguien pone en duda la inspiración de la palabra de Dios, lo hace a causa de su vida que no está santificada, y que esa palabra condena. No quieren recibir sus reproches y amenazas porque éstos ponen de manifiesto su comportamiento errado. No aman a los que intentan convertirlos y restringirlos. Las perplejidades y las dudas que confunden el corazón depravado desaparecerán para el que práctica los puros principios de la verdad.

Numerosas personas poseen talentos que les permitirían realizar mucho bien si fueran santificados y usados en la causa de Cristo, o bien mucho daño si se los utiliza al servicio de la incredulidad y de Satanás. La gratificación del yo y de sus diversas concupiscencias pervertirá los talentos y los convertirá en maldición en lugar de bendición. Satanás, el archiengañador, posee talentos maravillosos. Fue una vez un ángel eminente que seguía a Cristo en importancia. Cayó de su posición debido a su autoexaltación, ocasionó una rebelión en el cielo e hizo que muchos cayeran con él. Después empleó sus talentos y habilidades contra el gobierno de Dios, para hacer que todos a quienes pudiera controlar despreciaran la autoridad del Cielo. Los que han sido embelesados por la majestad satánica pueden elegir imitar a su general caído y compartir con él su destino final.

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La pureza de vida imparte refinamiento, el que inducirá a quienes lo posean a alejarse cada vez más de la vulgaridad y el pecado. Tales personas no permitirán que se las aleje de la verdad ni dudarán de la inspiración de la palabra de Dios. Al contrario, se dedicarán a estudiar diariamente la palabra sagrada con interés creciente, y las evidencias del cristianismo y la inspiración colocarán su sello en su mente y su vida.

Los que aman el pecado se alejarán de la Biblia, se complacerán en dudar y despreciarán los principios. Recibirán falsas teorías y las promoverán. Estas personas atribuirán el pecado humano a las circunstancias. Y cuando alguien comete un pecado grave, lo hacen objeto de compasión en lugar de considerarlo un delincuente que debe ser castigado. Este proceder siempre agradará al corazón depravado, el cual, con el tiempo, desarrollará los principios de la naturaleza caída.

Por algún proceso general, los hombres prefieren abolir de una vez por todas el pecado, y evitarse así la desagradable necesidad de reforma y esfuerzo individuales. Con el fin de librarse de la obligación de esforzarse constantemente, muchos están dispuestos a declarar sin importancia todo el trabajo y el esfuerzo que realizaron en sus vidas mientras obedecían los sagrados principios de la palabra de Dios. La necesidad filosófica del pastor Hull tiene su fundamento en las corrupciones del corazón. Dios está suscitando hombres para que salgan a trabajar en el campo de la siega, y si son humildes, dedicados y santos, recibirán las coronas que pierden los ministros que son reprobados en relación con la fe.

El 5 de noviembre de 1862 se me mostró que algunos obreros confunden su llamamiento. Piensan que si un hombre no puede trabajar con sus manos, o si no es un hombre de negocios, entonces puede dedicarse a ser un ministro religioso. Muchos cometen un gran error en esto. Es verdad que una persona que no tiene el tacto del hombre de negocios puede llegar a ser un ministro, pero carecerá de las cualidades que todo ministro debe poseer a fin de trabajar con sabiduría en la iglesia y edificar la causa. Pero cuando un ministro es competente en el púlpito y, como el pastor Hull, es incompetente como administrador, nunca debiera salir solo. Otra persona debiera acompañarlo con fines de administración para suplir su deficiencia. Y aunque sea humillante, debiera escuchar el juicio y consejo de su compañero, así como un ciego sigue a uno que puede ver. Al hacerlo escapará de muchos peligros que podrían ser fatales para él si se lo dejara solo.

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La prosperidad de la causa de Dios depende mucho de los ministros que trabajan en el campo evangélico. Los que enseñan la verdad debieran ser hombres piadosos, abnegados y fervientes que comprenden su misión y hacen el bien porque saben que Dios los ha llamado a la obra, hombres que conocen el valor de las almas y que están dispuestos a llevar cargas y responsabilidades. Un obrero cabal se conoce por la perfección de su obra.

Hay pocos predicadores entre nosotros. Y debido a que la causa de Dios necesita tanta ayuda, algunos han sido inducidos a pensar que casi cualquier persona que afirme ser un ministro puede ser aceptable. Algunos han pensado que si alguien puede orar y exhortar con facilidad en las reuniones, está calificado para ser enviado como obrero. Y antes de ser probados, o de que pudieran exhibir fruto adecuado en su trabajo, hombres a quienes Dios no había enviado, han sido animados y adulados por hermanos sin experiencia. Pero su obra pone de manifiesto el carácter del obrero. Desparraman y confunden, pero no recogen ni edifican. Unos pocos pueden recibir la verdad como fruto de su trabajo, pero éstos no se elevan a mayor altura que la de sus instructores. La misma carencia que se manifestaba en su propia vida se advierte en la de sus conversos.

El éxito de esta causa no depende de que tengamos un gran número de ministros, pero es sumamente importante que los que trabajan en relación con la causa de Dios sean hombres que realmente sientan el peso y el carácter sagrado de la obra a que Dios los ha llamado. Unos pocos hombres piadosos y abnegados, pequeños en su estimación personal, pueden hacer mejor que un número mucho mayor si una parte de éstos no está calificada para el trabajo, pero manifiestan confianza en sí mismos y hacen alarde de sus talentos personales. Si sale a predicar una cantidad de estos obreros incompetentes, que harían mejor si trabajaran en otra cosa, se necesitaría que los ministros fieles dedicaran casi todo su tiempo a ir en pos de ellos para corregir su mala influencia. La utilidad futura de los predicadores jóvenes depende en buena medida de la forma en que desempeñan sus labores. Hay hermanos que aman de corazón la causa de Dios y que están de tal manera ansiosos de ver progresar la verdad, que corren peligro de hacer demasiado por los ministros que no han sido probados, al ayudarles liberalmente con recursos económicos y al proporcionarles influencia. Los que entran a trabajar en el campo evangélico debieran ser animados a ganarse una reputación por sus propios esfuerzos, aunque para ello tengan que experimentar pruebas y privaciones. Primero debieran presentar pruebas satisfactorias de su ministerio.

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Los hermanos de experiencia deben ser cuidadosos; y en lugar de esperar que estos predicadores jóvenes les ayuden y los guíen, ellos mismos debieran sentir la responsabilidad personal de hacerse cargo de esos predicadores jóvenes para instruirlos, aconsejarlos y guiarlos; es decir, debieran manifestar por ellos un cuidado paternal. Los ministros jóvenes deben ser metódicos y sistemáticos, tener un propósito definido e inquebrantable y la voluntad de trabajar, a fin de no comer sin esfuerzo el pan de otros. No deben ir de un lugar a otro presentando ciertos puntos de nuestra fe calculados para despertar prejuicio, y luego irse antes de que las evidencias de la verdad presente hayan sido presentadas plenamente. Los jóvenes que piensan que tienen un deber que cumplir en relación con la obra, no deben tomar sobre sí la responsabilidad de enseñar la verdad, hasta haber tenido el privilegio de haber estado bajo la influencia de algún predicador experimentado que trabaje en forma sistemática; deben aprender de él como un alumno aprende de su profesor en la escuela. No deben ir de un lugar a otro sin objeto definido y sin un plan adecuado para llevar a cabo su trabajo.

Algunos que poseen poca experiencia y no están calificados para enseñar la verdad, son los últimos en pedir consejo a sus hermanos experimentados. Se consideran ministros y se colocan al mismo nivel que los obreros de larga y reconocida experiencia, y no quedan satisfechos a menos que se les permita dirigir, pensando que por el hecho de ser ministros ya saben todo lo que vale la pena saber. Esos predicadores ciertamente carecen del verdadero conocimiento de sí mismos. No poseen modestia adecuada y tienen un concepto demasiado elevado de sus habilidades personales. Los ministros experimentados que comprenden el carácter sagrado de su obra y que sienten sobre ellos el peso de la obra, son celosos de sí mismos. Consideran un privilegio solicitar consejo de sus hermanos y no se ofenden si se les sugiere alguna mejora en sus planes de trabajo o en su forma de hablar.

Los ministros que proceden de diferentes denominaciones y que han aceptado el mensaje del tercer ángel suelen desear enseñar, cuando debieran estar aprendiendo. Algunos tienen que desaprender una parte considerable de sus enseñanzas anteriores antes de poder aprender plenamente los principios de la verdad presente. Algunos ministros perjudicarán la causa de Dios al ir a trabajar por otros, cuando ellos mismos necesitan que se haga con ellos una obra tan grande para capacitarlos para su trabajo como la que ellos desean hacer por los incrédulos. Si no están calificados para la obra, se requerirá el trabajo de dos o tres ministros fieles que vayan en pos de ellos para corregir su mala influencia. Al final, sería menos costoso para la causa de Dios proporcionar apoyo económico adecuado a estos ministros para que permanecieran en su propio lugar y no salieran a perjudicar el campo de labor.

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Algunos miembros han considerado que ciertos predicadores son específicamente inspirados, instrumentos por medio de los cuales el Señor habla. Si personas de edad y de larga experiencia advierten errores en un ministro y le sugieren que mejore sus modales, el tono de su voz o sus gestos, éste a veces se ha sentido herido y ha razonado que Dios lo llamó tal como es, que el poder es de Dios y no de sí mismo, y que Dios debe realizar el trabajo por él, que él no predica según sabiduría humana, etc. Es un error considerar que un hombre no puede predicar a menos que algo lo ponga en un fuerte estado de exaltación. Los hombres que así dependen de sus sentimientos, pueden resultar útiles cuando se trata de presentar exhortaciones, si es que sienten que se encuentran en un estado que les permita hacerlo, pero nunca llegarán a ser obreros eficaces y capaces de soportar el peso del trabajo. Cuando la obra encuentra dificultades y todo parece desanimador, los que se exaltan con facilidad y los que dependen de sus sentimientos no están preparados para llevar su parte de la carga. En tiempo de desánimo y tinieblas, cuán importante es tener hombres calmados que sepan pensar y que no dependan de las circunstancias, sino que confíen en Dios y que trabajen tanto en la oscuridad como en la luz. Los hombres que sirven a Dios por principio, aunque su fe sea severamente probada, se apoyan con seguridad en el infalible brazo de Jehová.

Los predicadores jóvenes, y los hombres que una vez fueron ministros, que han sido ásperos y vulgares en sus maneras, que han usado en su conversación expresiones inmodestas y sin castidad, no están preparados para dedicarse a la obra hasta dar evidencia de una completa reforma. Una palabra hablada por ellos con imprudencia puede causar más perjuicio que el bien que podría hacer una serie de reuniones efectuadas por ellos. En los lugares donde actúan dejan por el suelo la norma de la verdad, la que siempre debiera ser exaltada. Sus conversos generalmente no llegan más alto que la norma elevada ante ellos por estos ministros. Los hombres que se encuentran entre los vivos y los muertos debieran actuar correctamente. El ministro no debe bajar la guardia ni por un instante. Está trabajando para elevar a otros haciéndolos subir a la plataforma de la verdad. Que muestren a otros que la verdad ha realizado algo por ellos. Debieran ver el mal de estas expresiones descuidadas, ásperas y vulgares; debieran descartar y despreciar todo lo que sea de esa índole. A menos que lo hagan, sus conversos los imitarán. Y cuando los ministros fieles vayan en pos de ellos y de sus conversos para corregir las equivocaciones que han cometido, ellos se disculparán culpando a los ministros. Si alguien desaprueba su proceder, ellos se volverán contra él y preguntarán: “¿Por qué apoya y da influencia a hombres enviándolos a predicar a los pecadores cuando ellos mismos son pecadores?”

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La obra en la que nos ocupamos es una obra exaltada y de responsabilidad. Los que ministran mediante palabra y doctrina debieran ser ellos mismos ejemplos de buenas obras. Debieran convertirse en dechados de santidad, limpieza y orden. La apariencia exterior del siervo de Dios, tanto cuando está fuera del púlpito como cuando habla desde él, debiera ser la que corresponde a un predicador profesional. Puede realizar mucho más mediante su ejemplo piadoso, que sólo con su predicación desde el púlpito cuando su influencia fuera del mismo no es digna de imitación. Los que trabajan en esta causa están dando al mundo la verdad más elevada que se haya encomendado a los mortales.

Los hombres que Dios elige para que trabajen en su obra darán prueba de su elevado llamamiento y considerarán que es su deber más eminente desarrollarse y mejorar hasta convertirse en obreros eficientes. Luego, cuando manifiesten entusiasmo y dedicación por mejorar el talento que Dios les ha confiado, entonces hay que prestarles ayuda juiciosamente. Pero el aliento que se les proporcione no debiera tener apariencia de lisonja, porque Satanás mismo se encargará de llevar a cabo esa clase de obra. Los hombres que consideran que tienen el deber de predicar no debieran ser animados a depender ellos y su familia en forma inmediata y total de los hermanos para obtener recursos económicos. No tienen derecho a esto hasta que puedan mostrar buenos frutos producidos por su trabajo. Existe actualmente el peligro de perjudicar a los predicadores jóvenes y a los que tienen escasa experiencia por causa de la lisonja y por aliviarlos de los cuidados y las aflicciones de la vida. Cuando no están predicando, debieran dedicarse a trabajar en otra cosa para su propio sostén. Esta es la mejor forma de probar la naturaleza de su llamamiento a predicar. Si desean predicar sólo para obtener beneficios económicos, y si la iglesia actúa con buen juicio, pronto perderán su inclinación a predicar, y dejarán de hacerlo para buscar un trabajo más provechoso. El apóstol Pablo, un predicador muy elocuente, convertido milagrosamente por Dios para realizar una obra especial, no rehuía el trabajo. Dice: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos”. 1 Corintios 4:11-12. “Ni comimos el pan de ninguno de balde. Antes trabajamos con esfuerzo y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros”. 2 Tesalonicenses 3:8.