Mis hermanos y hermanas difícilmente habrán esperado que este número de los Testimonios apareciera tan pronto. Pero tenía a mano varios testimonios personales, algunos de los cuales aparecen en las páginas siguientes. Y no conozco manera mejor de presentar mis opiniones acerca de peligros y errores de naturaleza general, y el deber de todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos, que mediante la entrega de estos testimonios. Probablemente no haya una manera más directa y eficaz de presentar lo que el Señor me ha mostrado. 2TI 9.1
Me pareció importante que el Testimonio n.º 14 llegara a manos de ustedes algunos días antes del comienzo del congreso de la Asociación General. Por eso ese número fue enviado apresuradamente a la prensa, antes de que yo dispusiera de tiempo para preparar algunos asuntos importantes relacionados con él. En efecto, no hubo posibilidad de introducir este asunto en el n.º 14. Por lo tanto, al disponer de material suficiente para el n.º 15, se los presento con la oración de que la bendición de Dios lo acompañe en beneficio de su amado pueblo. 2TI 9.2
Después de llegar a casa, cuando dejamos de sentir la influencia inspiradora de los viajes y el trabajo, comenzamos a sentir más intensamente el cansancio producido por las labores de nuestra gira por el este. Muchos me instaban por carta que les escribiera acerca de lo que les había contado con respecto a lo que el Señor me había mostrado concerniente a ellos. Y había muchos otros, con quienes no había hablado, cuyos casos eran tan urgentes e importantes como los otros. Pero en vista de que estaba tan cansada, la tarea de escribir tanto me parecía más de lo que podía soportar. Me invadió un sentimiento de desánimo, y me sumergí en un estado de debilidad, y permanecí en esa condición varios días, y a menudo me desmayé. En ese estado físico y mental puse en tela de juicio mi deber de escribir tanto, a tantas personas, algunas de las cuales eran muy indignas. Me pareció que en este asunto había alguna falla por alguna parte. 2TI 10.1
En la tarde del 5 de febrero el hermano Andrews habló a la gente en nuestro salón de cultos. Pero la mayor parte de esa tarde yo estaba semidesmayada y sin aliento, sostenida por mi esposo. Cuando el hermano Andrews regresó de la reunión, tuvieron unos momentos especiales de oración por mí, y experimenté cierto alivio. Esa noche dormí bien, y a la mañana, aunque débil, me sentí maravillosamente aliviada y reanimada. Soñé que alguien me había traído una pieza de tela blanca, y me había ordenado cortarla para hacer vestidos para personas de todos los tamaños, de todos los caracteres posibles, y de todas las circunstancias de la vida. Se me dijo que los cortara, que los colgara y que los tuviera listos para cuando se los necesitara. Yo tenía la impresión de que muchos de aquellos para quienes se me había pedido que cortara vestidos eran personas indignas. Pregunté si ése era el último vestido que tenía que cortar y se me dijo que no; que tan pronto como hubiera terminado con ése habría otros que ocuparían mi atención. Me sentí desanimada frente a la cantidad de trabajo que tenía delante de mí, y dije que me había ocupado en cortar vestidos para los demás por más de veinte años, que mis labores no habían sido apreciadas, y que no veía tampoco que mi trabajo hubiera hecho demasiado bien. Hablé con la persona que me trajo la tela acerca de una mujer en particular para quien él me había pedido que cortara un vestido. Declaré que esa persona no apreciaría el vestido, y que sería una pérdida de tiempo y de material ofrecérselo: Era muy pobre, no muy inteligente, sin hábitos de aseo, y pronto lo ensuciaría. 2TI 10.2
La persona replicó: “Corta los vestidos. Ese es tu deber. La pérdida no es tuya, sino mía. Dios no ve tal como el hombre ve. El planifica la obra que debe ser hecha, y tú no sabes qué va a prosperar, si esto o aquello. Llegará el momento cuando se descubrirá que muchas de estas pobres almas entrarán en el reino, mientras otras, favorecidas por las bendiciones de la vida, poseedoras de capacidad intelectual, y rodeadas de un ambiente agradable, que han dispuesto de todas las ventajas que conducen al progeso, quedarán afuera. Se verá que estas pobres almas han vivido de acuerdo con la débil luz de que disponían, y han avanzado echando mano de los limitados recursos que estaban a su alcance, en forma mucho más aceptable que algunos otros que han gozado de la plenitud de la luz, y de amplias oportunidades de progresar”. 2TI 11.1
Entonces levanté las manos, llenas de callosidades de tanto usar las tijeras, e insistí en que no podía menos que estremecerme ante el pensamiento de que tenía que proseguir con ese trabajo. Entonces la persona volvió a decir: “Corta los vestidos. No ha llegado todavía el momento de que te sientas libre de esto”. 2TI 11.2
Con muchísimo cansancio me puse de pie para continuar el trabajo. Delante de mí encontré tijeras nuevas y brillantes, que comencé a usar. Inmediatamente me abandonaron los sentimientos de cansancio y desánimo; las tijeras parecían cortar casi sin esfuerzo de mi parte, y corté vestido tras vestido con comparativa facilidad. 2TI 11.3
Gracias al ánimo que me dio este sueño decidí inmediatamente acompañar a mi esposo y al hermano Andrews, a Gratiot, Saginaw y Tuscola, confiando en que el Señor me daría fuerzas para trabajar. Así pues, el 7 de febrero salimos de casa y viajamos unos ochenta kilómetros hasta Alma, el lugar de nuestro compromiso. Allí trabajé como de costumbre, con bastante libertad y fortaleza. Los amigos del condado de Gratiot parecían interesados en escuchar, pero muchos de ellos están bastante atrasados en lo que se refiere a la reforma pro salud y a su preparación general. Parecía que había entre esta gente una carencia de orden y la eficiencia necesarios para la prosperidad de la obra y del espíritu del mensaje. El hermano Andrews, sin embargo, los visitó tres semanas después, y pasó buenos momentos con ellos. No puedo pasar por alto algo que me animó, es a saber, que un testimonio muy definido que yo había enviado a una familia fue recibido con provecho por las personas a quienes lo había dirigido. Todavía conservamos un profundo interés por esa familia, y deseamos ardientemente que gocen de prosperidad en el Señor, y aunque sentimos cierto desánimo con respecto a la causa en el condado de Gratiot, con ansias ayudaremos a los hermanos cuando ellos manifiesten el deseo de que los ayudemos. 2TI 11.4
En la reunión de Alma había hermanos presentes procedentes de San Carlos y Tittabawassee, del condado de Saginaw, que nos instaron a que los visitáramos. No era nuestra intención visitar ese condado en ese momento, sino más bien ir al de Tuscola si se presentaba la oportunidad. Al no oír nada de Tuscola, decidimos visitar Tittabawassee, en el condado de Saginaw, y mientras tanto escribimos al condado de Tuscola para preguntar si nos necesitaban allí. En Tittabawassee nos sentimos agradablemente sorprendidos al encontrar un gran salón de culto, recientemente construído por nuestros hermanos, y bien lleno de observadores del sábado. Los hermanos aparentemente estaban preparados para recibir nuestro testimonio, y disfrutamos de libertad. Una obra grande y buena se ha llevado a cabo en este lugar gracias a las labores del Hno. A. A eso siguió una amarga persecución y oposición, pero al parecer no tuvieron efecto sobre los que vinieron a escuchar, y por lo visto nuestras labores causaron una buena impresión sobre todos. Asistí a once reuniones en ese lugar en el curso de una semana, hablé varias veces entre una y dos horas, y tomé parte en las otras reuniones. En una de ellas se hizo un esfuerzo especial a fin de inducir a algunas personas que observaban el sábado para que se adelantaran y tomaran la cruz. El deber que la mayor parte de ellos tenía por delante era el bautismo. En mi última visión yo había visto lugares donde se predicaría la verdad y se levantarían iglesias que tendríamos que visitar. Este era uno de esos lugares. Sentí un interés especial por esa gente. Los casos de algunos miembros de la congregación se abrieron delante de mí, y un anhelo de trabajar por ellos se apoderó de mí de tal manera que no me pude deshacer de él. Durante unas tres horas trabajé por ellos, la mayor parte del tiempo exhortándolos con sentimientos de profunda solicitud. Todos tomaron la cruz en esa ocasión, se adelantaron para que oráramos por ellos, y casi todos hablaron. Al día siguiente quince se bautizaron. 2TI 12.1
Nadie puede visitar a esta gente sin sentirse impresionado por el valor de las fieles labores del Hno. A en favor de esta causa. Su obra consiste en penetrar en lugares donde la verdad no ha sido proclamada todavía, y espero que nuestros hermanos renuncien a sus esfuerzos por apartarlo de esta tarea específica. Puede avanzar con espíritu humilde, apoyado en el brazo del Señor, para rescatar muchas almas de los poderes de las tinieblas. Dios quiera que sus bendiciones continúen derramándose sobre él. 2TI 13.1
Cuando nuestra serie de reuniones en ese lugar estaba por terminar, vino el hermano Spooner, de Tuscola, a visitar el condado. Enviamos noticias con él cuando regresó el lunes, y proseguimos el jueves después del bautismo. En Vassar celebramos nuestras reuniones el sábado y el primer día en la escuela del lugar. Tuvimos libertad para hablar allí, y vimos buenos frutos de nuestras labores. El primer día, en la tarde, alrededor de treinta apóstatas e hijos de adventistas que no habían hecho ninguna profesión de fe, pasaron al frente. Fue una reunión muy interesante y provechosa. Algunos se estaban apartando de la causa, y sentimos que debíamos trabajar especialmente por ellos. Pero disponíamos de poco tiempo y me pareció que íbamos a tener que dejar la obra inconclusa. Teníamos compromisos en San Carlos y Alma, y para poder cumplirlos tuvimos que concluir el lunes nuestras labores en Vassar. 2TI 13.2
Esa noche lo que yo había visto en visión acera de ciertas personas del condado de Tuscola se me apareció de nuevo en sueños, y me senti más impresionada todavía con el sentimiento de que mi obra en favor de esa gente no había concluido. Pero no descubrí otra manera de solucionar el problema sino proseguir para cumplir nuestros compromisos. El martes viajamos 48 kilómetros rumbo a San Carlos y pasamos la noche en casa del Hno. Griggs. Allí escribí quince páginas de testimonios y asistí a una reunión en la tarde. Durante la mañana del miércoles decidimos regresar a Tuscola, siempre que el hermano Andrews estuviera dispuesto a cumplir el compromiso que teníamos con Alma. El estuvo dispuesto a hacerlo. Esa mañana escribí quince páginas más, asistí a una reunión y hablé durante una hora; viajamos unos 53 kilómetros con los hermanos Griggs rumbo a la casa del hermano Spooner en Tuscola. El jueves de mañana fuimos a Watrousville, a casi 26 kilómetros de distancia. Escribí 16 páginas y asistí a una reunión nocturna, durante la cual di un testimonio muy definido a una persona que estaba presente. A la mañana siguiente escribí doce páginas antes del desayuno, regresé a Tuscola, y escribí ocho páginas más. 2TI 13.3
El sábado mi esposo habló antes del mediodía, y yo lo seguí por dos horas más antes de ir a almorzar. Se clausuró entonces la reunión por unos momentos, durante los cuales comí algo, y después hablé durante una hora en una reunión social, y di testimonios definidos a varios de los que se hallaban presentes allí. Estos testimonios fueron recibidos generalmente con sentimientos de humildad y gratitud. No puedo decir, sin embargo, que todos fueron recibidos de esa manera. 2TI 14.1
A la mañana siguiente, cuando estábamos por ir al salón de culto para comenzar las arduas labores del día, una hermana a quien había dado un testimonio en el sentido de que le faltaba discreción y cautela, y que no era capaz de controlar plenamente sus palabras y sus actos, vino con su esposo en medio de una manifestación de sentimientos de mucha enemistad y agitación. Comenzó a hablar y a llorar. Balbuceó un poco, confesó algo, pero se justificó a sí misma considerablemente. Tenía una idea equivocada de muchas de las cosas que yo le había dicho. Su orgullo resultó herido cuando expuse sus faltas tan públicamente. Allí residía, evidentemente, la principal dificultad. Pero, ¿por qué tenía que sentirse así? Los hermanos y las hermanas sabían que esas cosas eran así; por lo tanto, yo no les estaba informando nada nuevo. Pero no dudo de que esas cosas eran nuevas para la hermana. No se conocía a sí misma y no podía juzgar adecuadamente sus propias palabras y actos. Esto en cierta medida es cierto en casi todos los casos; de allí la necesidad de que en la iglesia se reprenda fielmente a los hermanos, y que todos cultiven el amor por los claros testimonios que se les envían. 2TI 14.2
El esposo parecía no aceptar el hecho de que yo hubiera presentado las faltas de su esposa delante de toda la iglesia, y afirmó que si la hermana White hubiera seguido las instrucciones del Señor que aparecen en Mateo 18:15-17, en ese caso no se hubiera sentido herido: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”. 2TI 15.1
Mi esposo entonces afirmó que él entendía que esas palabras de nuestro Señor se referían a casos de ofensas personales, y no se podían aplicar a nuestra hermana. Ella no había pecado contra la hermana White. Por el contrario, lo que había merecido reprensión pública eran faltas que tenían estado público y que amenazaban la prosperidad de la iglesia y la causa. Aquí -dijo mi esposo- encontramos un texto que se aplica a este caso: “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” 1 Timoteo 5:20. 2TI 15.2
El hermano reconoció su error como cristiano, y al parecer dio por terminado el asunto. Era evidente que después de la reunión del sábado de tarde, habían magnificado extraordinariamente muchos de los asuntos relacionados con este caso, y en forma equivocada. Se propuso entonces que se leyera el testimonio escrito. Cuando lo hicimos, la hermana que había sido reprendida preguntó: “¿Eso fue lo que usted dijo ayer?” Contesté que sí. Pareció sorprendida y bastante de acuerdo con el testimonio escrito. Se lo di sin guardar una copia. En esto hice mal. Pero tenía una consideración tan tierna por ella y su esposo, y deseaba y esperaba tan ardientemente que prosperaran, que en este caso quebranté una costumbre establecida. 2TI 15.3
El tiempo dedicado a la reunión ya estaba transcurriendo, de modo que nos apresuramos a recorrer los dos kilómetros que nos separaban de la congregación que nos estaba esperando. El lector podrá juzgar si la escena de esa mañana estaba bien ajustada o no para ayudarnos a reunir los pensamientos y disponer de la calma necesaria para comparecer delante de la gente. Pero, ¿quién se preocupa por esto? Algunos pueden manifestar un poquito de misericordia, y lo hacen mientras los impulsivos y descuidados aparecen con sus preocupaciones y problemas por lo general justamente antes de que comencemos a hablar, o cuando estamos ya completamente exhaustos después de hablar. Mi esposo, sin embargo, reunió todas sus energías, y habló con facilidad de palabra acerca de la ley y el Evangelio. Yo había recibido una invitación para hablar en la tarde en el nuevo salón de cultos recientemente construído y dedicado por los metodistas. Este cómodo edificio estaba repleto, y muchos tuvieron que quedarse de pie. Hablé con facilidad de expresión acerca del primero de los dos grandes mandamientos repetidos por nuestro Señor, y me sentí sorprendida cuando me enteré que era el mismo tema acerca del cual había hablado el pastor metodista en la mañana. El y los miembros de su iglesia estaban presentes para escuchar lo que yo tenía que decir. 2TI 16.1
Al anochecer tuvimos una preciosa conversación en casa del hermano Spooner con los hermanos Miller, Hatch y Haskell, y las hermanas Sturges, Bliss, Harrison y Malin. Llegamos a la conclusión de que por el momento nuestra obra en el condado de Tuscola estaba concluida. Llegamos a interesarnos mucho más en estos queridos hermanos, pero temíamos que la hermana mencionada anteriormente, a quien yo le había dado un testimonio, permitiera que Satanás se aprovechara de ella, y les causara problemas. Sentí el ferviente deseo de que ella pudiera ver las cosas tales como eran. La conducta que había estado siguiendo estaba destruyendo su influencia tanto dentro de la iglesia como fuera de ella. Pero si recibía la reprensión que tanto necesitaba, y humildemente trataba de corregirse de acuerdo con ella, la iglesia la recibiría nuevamente en su seno, y la gente llegaría a tener un mejor concepto de su cristianismo. Y mejor aún, podría disfrutar de la sonrisa de aprobación de su amado Redentor. Mi ansiosa pregunta era si ella recibiría plenamente el testimonio que se le había dado. Temía que eso no ocurriera, y que en ese caso el corazón de los hermanos de esa región tendría que entristecerse por causa de ella. 2TI 16.2
Al regresar a casa, le escribí solicitándole una copia del testimonio que le había entregado, y el 15 de abril recibí la siguiente nota, fechada en Dinamarca, el 11 de abril de 1868: “Hermana White: Recibí su carta del 23 de marzo. Siento no poder acceder a su requerimiento”. 2TI 17.1
Todavía conservo los más tiernos sentimientos con respecto a esa familia, y me sentiré feliz de ayudarles cuando pueda. Es cierto que esa manera de proceder con respecto a mí por parte de aquellos por quienes he dado mi vida extiende sobre mí una sombra de tristeza; pero la conducta que debo seguir me ha sido señalada con tanta claridad que no puedo permitir que tales cosas me aparten de la senda del deber. Al regresar del correo con la nota que acabo de mencionar, sintiéndome más bien deprimida, tomé la Biblia, y la abrí con oración para encontrar en ella consuelo y apoyo, y mis ojos se posaron directamente sobre las siguientes palabras del profeta: “Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos. Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte”. Jeremías 1:17-19. 2TI 17.2
Regresamos a casa de esta gira justamente antes de una tremenda lluvia que se llevó la nieve que había caído. La tormenta nos obligó a suspender la reunión del sábado siguiente y yo comencé en seguida a preparar material para el Testimonio n.º 14. También tuvimos el privilegio de cuidar a nuestro querido hermano King, a quien trajimos a casa con una enorme herida en la cabeza y en el rostro. Lo trajimos a casa para que muriera, porque no creíamos que alguien, con semejante fractura de cráneo, pudiera recuperarse. Pero con la bendición de Dios, más el uso prudente de agua, y una dieta frugal hasta que pasara el peligro de la fiebre, y con habitaciones bien ventiladas de día y de noche, en tres semanas estuvo en condiciones de regresar a su casa, y reasumir sus actividades como agricultor. No tomó ni una pizca de medicinas en ningún momento. Aunque bajó bastante de peso como resultado de la pérdida de sangre causada por sus heridas, y del régimen frugal de alimentación a que se lo sometió, cuando pudo ingerir alimentos en mayor cantidad, sin embargo, se recuperó rápidamente.